martes, 5 de febrero de 2019

Nunca me gusto tomar el café sola, acababa de llegar a Madrid desde Buenos Aires, estaba cansada, pero necesitaba aquel café. Me senté en aquella terraza y casi enseguida repare en un hombre que leía el periódico y que me miraba con cierto descaro disimulado. Le indique con gesto coqueto que sentara en mi mesa y el accedió. Me observaba abrir el azucarillo y como removía mi café. Se creó cierta tensión sensual entre los dos, aunque aun no habíamos cruzado ni una palabra. Comprendí entonces algo que me había traído de cabeza durante años. Nunca entendí pq mi abuela viajo a España y ya nunca volvió a Argentina dejando allí a mi padre y a mi tía. Me contaron que se había enamorado del hijo de un medico de barrio y que había tenido dos hijos más con él, supongo que en los años 30 aquello debió ser un escándalo .Yo venía buscando respuestas y con las cenizas de padre para enterrarlas junto a la madre de la que tan poco tiempo disfruto. Mi compañero de café, me miraba intensamente y provocaba en mi una especie de calor interior y una especie de seguridad y fiabilidad. Ciertamente me sentía frágil, perdida y en un país extraño para mí. Vulnerable esa es la palabra, aunque como decía mi madre jamás hay que mostrarlo; yo me comportaba con cierto aire de seguridad y si bien es cierto que aquel tipo me gustaba. Le pedí que me indicara algún hotel cerca de alguna estación de tren que me llevara al sur al día siguiente. Lo del hotel creo que solo fue una excusa pues de pronto se había convertido en el hombre más interesante con el que me había cruzado en los últimos años. Ninguno de los dos éramos unos niños, y yo en mi afán de ocultar mi debilidad lo había alentado y me encantaba…

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